No recuerdo hace cuánto fue que supe de Guadalupe Loaeza. Lo que sí me queda claro es que fue cuando en mi casa comenzó a comprarse el Reforma (sic sic sic), que tuve un encuentro cercano del tercer tipo con esta señora.
No fueron pocas las veces que caí asombrada por lo absurdo de sus columnas. Me sentía frente a una de esas señoras que piden por el presidente en la misa del sábado. En mi corazón creció la tirria, si no es que la repulsión, ante sus textos que hablaban de un México en el que vive un porcentaje mínimo de la población. Entre ella, Gaby Vargas y la sección Gente Chiquita del mismo diario, me ( y sigo sintiendo) avergonzó que en mi casa se comprara tal contenido.
El asunto es que, palabras más, palabras menos, la columna de GL no ha hecho más que irritarme durante varios años. Por ello en estos días de tuiterismo escogí a dos blancos fáciles de mis burlas: ella y Toño Esquinca, un innombrable del mundo radiofónico mexicano. Entonces, un periodista de Milenio Diario, cuyo nombre no recuerdo, me insinuó que así se leyera a Loaeza o a Esquinca, sería mejor que no leer nada; es más, que el libro de Las Niñas Bien, escrito por Loaeza allá en los 80s, seguía siendo referente literario del tema. Auch. Me sentí crítica de dos pesos.
Siguiendo con los avatares tuiteros, me encontré el dichoso libro en línea. Malversando los recursos de la oficina en la que trabajo, imprimí el libro; gratuito, por supuesto. La cuestión era que si iba a criticar a la mujer por su pinchurriento trabajo “periodístico”, iba a hacerlo en serio y con fundamentos. Pero válgame, confieso que albergaba una pequeñita esperanza de haberme equivocado. Estaba dispuesta a darle a esta mujer un lugar literario en mis opiniones.
¿Alguno de ustedes ha leído Las Niñas Bien? Por favor, no lo hagan. No desperdicien su tiempo leyendo la compilación de recortes de periódico donde la señora habló de asuntos concernientes al alto precio que la crisis mexicana ochentera cobró a las clases nobilísimas de este país. No hablo de cualquier precio, no. ¿Alguna vez se han enfrentado a la vorágine de no poder comprar dos kilos de jamón serrano, sino uno, porque “todo está tan caro”? o peor aún ¡reducir sus visitas anuales al extranjero de 8 a 4! pero vamos, qué van ustedes a saber de esto! Ustedes o yo, que vivimos en el México profundo, el que huele a garnacha mezclada con pesero de las 2pm; ese México, donde la mayoría de la gente no sabrá lo que es enfrentarse a este tipo de problemas existenciales, que dejarían pendejo a cualquier kierkegaardiano.
Bien, dejemos de lado que los ricos también lloran. El libro está escrito, señoras y señores, con un lápiz inserto en las nalgas, pues sólo así me puedo explicar tantos errores ortográficos, tantas palabras inglesas mal utilizadas, tantos errores de sintaxis. Así que yo le pido, estimado lector, que en cuanto termine de leer esta columna, se olvide de que alguna vez Las Niñas Bien existieron y queme este post en memoria de lo irrecordable, como debe ser por su bien y el de quienes lo rodean (pura gente bien, de seguro).